Bartolomé Esteban Murillo - Curación del paralítico en la piscina probática
- Detalles
- Marta Olmos
- Bartolomé Esteban Murillo obras de arte
Año 1670
Óleo sobre lienzo, 237 x 261 cm Londres, National Gallery
El tema de la curación en la piscina probática no es demasiado conocido, en tanto que no tiene mucha tradición en la pintura religiosa europea. Es una hermosa parábola extraída del evangelio de san Juan, que refiere la existencia en Jerusalén de una piscina milagrosa, en torno a la cual se arremolinaban multitud de enfermos. El ángel del Señor descendía de tanto en tanto y agitaba las aguas, de modo que el primero que entraba en la piscina era curado de todos sus males. Cristo se acerca a un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo, y que paralítico, no tenía quien lo introdujera en la piscina, y lo cura.
El texto bíblico da a Murillo una excusa perfecta para desarrollar una de las escasas arquitecturas de su obra, que no son meros telones de fondo de la acción protagonista del primer plano. El cuadro es insólitamente asimétrico, pero a cambio, el artista sevillano puede pintar un paisaje arquitectónico muy profundo y elaborado, con pórticos y balaustradas, en el que se ha sugerido la influencia de Veronés.
Ciertamente estamos ante uno de los mejores estudios de perspectiva aérea de la obra de Murillo, para cuya construcción se han escalonado los planos entre el nutrido grupo de Jesucristo, la pareja de enfermos situados en el plano medio, y el luminoso arco abierto del fondo. La atención se concentra en el primer plano, donde Cristo y los apóstoles observan atentamente al quejumbroso y anciano paralítico un instante antes de que se produzca el milagro. Este grupo de figuras de pie, en contraste con la más barroca del anciano en escorzo, responde a la mejor tradición clásica. La historia del cuadro, como tantos otros de Murillo, está relacionada con la rapiña del mariscal Soult, que lo sustrajo de la iglesia de la Caridad, para la que fue pintado, en 1810. Adquirido para una colección privada inglesa en 1847, pasó por diferentes manos hasta llegar en 1950 a la National Gallery de Londres.