Miró - Tierra arada
- Detalles
- Marta Olmos
- Joan Miró obras de arte
1923-1924
Oleo sobre lienzo,
66 x 94 cm
Nueva York, Solomon R. Guggenheim Museum
Hay un salto estilístico entre las obras de 1922-1923 y las de 1923-1924 debido al encuentro de Miró con el surrealismo. Aparecen de nuevo los elementos de la naturaleza y los animales, pero es como si hubiese sufrido una esquematización que excluye lo real y que pertenece al mundo de la imaginación. Incluso donde Miró tiende a dar solemnidad a lo que pinta, las relaciones entre los objetos se establecen en una nueva libertad y con la rapidez de la libre asociación; estas formas no surgen de algo que ya ha visto y que ahora se limita a intepretar a su manera. Con la escritura automática, Miró se liberó de la pintura aprendida desde 1918, pasando por paisajes, retratos y naturalezas muertas, aventurándose más allá de lo real a una dimensión hiperreal donde hasta el menor detalle tiene derecho a ser representado; ahora Miró avanza en dirección contraria y se descubre a sí mismo. Su absoluta libertad inventiva abre las puertas a un inconsciente que tiene mucho que decir. Y no es la teoría del automatismo de Bretón la que aplica el artista; su tratamiento de las superficies, los signos representativos son sólo producto de su mente. En estos términos, Miró nunca fue surrealista, porque no aplicó un sistema a su modo de pintar, sino que fue su modo de pintar el que coincide en algunos aspectos con lo que Masson y los demás surrealistas estaban haciendo. Cuando la distancia entre ellos y Miró se hizo excesiva, éste se apartó de ellos; mucho más tarde Bretón comprendería que había un surrealismo mucho más verdadero en aquel hombrecillo de apariencia anónima que en tanta teoría sobre escritura automática y el espontáneo fluir del pensamiento. Una cosa es la teoría y otra que se pueda hacer realidad como por arte de magia. En este sentido, incluso cuando se alejó del surrealismo, Miró siguió siendo un pintor de lo surreal.