Francisco de Goya - La gallina ciega
- Detalles
- Marta Olmos
- Francisco de Goya obras de arte
1788-1789
Óleo sobre lienzo, 269 x 350 cm Madrid, Museo Nacional del Prado
Es el único cartón para tapiz destinado al dormitorio de los infantes del Pardo que llegó a realizarse. El proyecto de cinco cartones, cuyos bocetos fueron presentados al rey hacia fines de 1788, se interrumpe tras la ejecución del primero a causa de la muerte de Carlos III el 14 de diciembre de 1788. El nuevo rey, Carlos IV, relevó a Goya del encargo el 11 de febrero del año siguiente y le confió la ejecución de cartones para tapices destinados a su despacho privado. Los estudios iconográficos han señalado que en esta tela Goya empieza a modificar el sentido de la "fiesta campestre" setecentista, abriendo el camino que conducirá al Déjeuner sur l'herbe [La comida en la hierba] de Édouard Manet.
La inocencia del tema pastoral se convierte en sofisticación, en artificio; los personajes ya no tienen vida propia sino que semejan marionetas que actúan en un proscenio paisajístico. El significado que subyace a la representación de la gallina ciega es el de la ceguera del amor, que quita la vista y el discernimiento a su víctima. En el cielo azul, como las montañas del registro inferior, se abren las alas de un anfiteatro de nubes rosadas; en primer plano los jóvenes aristócratas ofrecen el acostumbrado espectáculo de riqueza colorista merced a sus sofisticados atavíos. El corro que gira y se divierte tiene un punto de extrema movilidad a la derecha, donde el joven de los ojos vendados intenta tocar con el cucharón de madera a sus compañeros, que, ondulando e inclinándose, lo rehúyen, pero al otro lado del cuadro atrae nuestra atención una figura femenina con vestido rosa y gorro de volantes azules, que permanece inmóvil y en posición frontal como una estatua, absorta y con la mirada fija más allá del lienzo, deteniendo la guirnalda de movimientos sin que los demás parezcan darse cuenta. En el punto de distanciamiento que introduce esta figura ausente parece intuirse un primer escalofrío de inquietud, de vacío, que atravesara el ideal aristocrático del pintor.